miércoles, 20 de octubre de 2010

El protagonista

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     Había llegado la hora. Mis ojos permanecían sobre él. Quería cada movimiento grabado en mi memoria. Tomó su puñal, el cual reposaba sobre la mesa de la esquina, y rodeó el mango con sus dedos hasta enterrar sus uñas en la palma de su mano. Se levantó de su asiento con lentitud. La sonrisa en su rostro, serena, malévola, acompañaba su caminar. No pude evitar sentir lástima por la chica, era joven, de ojos verde esmeralda, cabello negro azabache y cuerpo escultural. Su error, confiar demasiado en extraños. Él se detuvo frente al espejo, detrás del cual me escondía. Su mirada profunda, sus ojos entrecerrados y la mueca en sus labios, me hicieron estremecer. Puse mi mano sobre mi pecho buscando tranquilizar a mi acelerado corazón – es imposible que sepa que estas aquí, ¡recuérdalo! – me dije. Sonrió con sarcasmo y retomó su marcha. Los últimos pasos que lo separaban de la cama donde yacía su víctima los recorrió con la mirada fija en la hoja brillante de su puñal. 

     Llevaba seis meses teniendo este mismo sueño. Siempre veía la misma habitación de hotel, la misma hora en el reloj despertador de la mesita de noche, el mismo agresor, la misma navaja, pero diferentes víctimas. En esta ocasión, él había escogido un arma distinta ¿por qué lo haría? Yo participaba como espectador, por alguna extraña razón, siempre aparecía detrás del espejo para presenciar su ritual.

-    ¡Al fin! – gritó, alzando sus manos hacia el cielo – mi búsqueda ha finalizado – le dijo –. Contigo cerraré mi círculo… - añadió.

     Mis manos permanecían pegadas al cristal del espejo, abiertas como dos abanicos. Posé mi mirada en la chica, estaba hiperventilando. Él se inclinó sobre ella y acercó el puñal a su blanca mejilla. Con cuidado, dejaría su marca en la joven; de esta forma ella siempre lo recordaría. Se montó sobre ella para neutralizar los bruscos movimientos de su cuerpo. Colocó su mano izquierda sobre su frente y con su puñal,  cercenó su garganta con un corte limpio y preciso. Aquello no era lo usual, hasta ahora, él nunca había matado a sus víctimas… El asesino saltó de la cama y caminó hacia mí, dándome la espalda, admirando su obra; a solo unos centímetros del espejo giró, veloz como tornado, me miró y sonrió con sarcasmo.

-    Ahora te toca a ti continuar – dijo.

     Contuve la respiración al entender a quién se dirigía. Comencé a retroceder cuando de pronto, aparecí en mi cuarto, sentado en mi cama, sujetando algo frío entre mis manos. Bajé mi mirada lleno de ansiedad… Al ver su puñal, reí de forma diabólica… ya no volvería a ser el espectador, a partir de ahora, sería el protagonista.