lunes, 27 de julio de 2015

Un pecado inesperado


-         Sé que lo que hice es reprochable, pero no me arrepiento – afirmó Andrea con firmeza.
-         ¿Se sorprende?, no lo haga – dijo mientras masajeaba sus rodillas para aliviar el dolor.
-         Debo confesar que debí estar más atenta a las señales, pero desde que lo vi entrar al salón de clases en el Bristish Council, me propuse ser la dueña de su corazón – a pesar de la poca iluminación,  Andrea buscó con insistencia la mirada de la persona al otro lado de la ventanilla.
-         ¿Me ve usted con pesar? – preguntó sorprendida ante esa posibilidad –. No deseo que me compadezca – dijo con una triste mueca entre sus labios.
-         Su timidez con las mujeres no era tal; si la profesora no nos hubiese puesto en el mismo grupo de estudio para aquella exposición, estoy segura de que jamás se hubiera acercado a mí – algo le impidió concluir la frase, y con sus ojos entrecerrados observó cómo al otro lado negaban con la cabeza.
-         ¡No, no me diga nada, estoy segura de que hubiera sido así! Desde el principio me evitaba, incluso más que a las demás, pero claro, mi terquedad y ese estúpido sentimiento nublaron lo que era evidente, y me han condenado – afirmó sonriendo con amargura.
-         ¿Por qué no me dijo la verdad desde el comienzo? – preguntó alzando la voz – ¿por qué dejó que las cosas avanzarán tanto? – volvió a preguntar con un tono de reproche mientras golpeaba con su puño la pequeña tabla donde apoyaba sus brazos.
-         ¡No, no quiero escucharlo, y deje de mirarme así! – dijo girando a un lado su rostro –. Eso no calmará mi rabia. 
-         Si hubiese sido sólo eso… pero desaparecer como si se lo hubiese tragado la tierra después de… ¡no puedo perdonarlo! – afirmó y al recordarlo no pudo evitar cerrar sus puños con fuerza.
-         Tuve que robar información, fingir interés por… otros – dijo presionando sus labios ante lo repugnante del recuerdo que se agolpaba en su memoria – en fin, todo lo necesario para dar con su paradero – explicó mientras del otro lado las palabras permanecían ausentes.
-         ¡Sí!, como lo oye, ¿se horroriza? – le preguntó.
-         ¡Deje de negar con la cabeza y no se atreva a defenderlo! – dijo golpeando de nuevo la tabla frente a ella.
-         Usted no tiene idea… cuando logré ubicarlo, fui a su encuentro y lo que vi me sumió en la amargura. Si hubiese sido otra mujer la responsable de su desaparición, de su engaño, hubiera podido lidiar con ello, pero esto… me supera, no sé cómo manejarlo – Andrea bajó su mirada al sentir que un par de lágrimas se precipitaban por sus mejillas.
-         En ese momento no tuve fuerzas para confrontarlo – continúo –, pero regresé. No recuperaría la paz hasta desenmascararlo, era necesario que supiese que yo sabía quién era, que esa verdad había arruinado mi vida, y que buscaría la manera de que pagara por ello – afirmó con dureza.
-         No abra los ojos de esa manera Padre, que aún no he decidido cómo… – dijo ante lo cual hubo una larga y tensa pausa. Aún en silencio, Andrea secó sus lágrimas y miró a través de la ventanilla del confesionario inquieta.
-     Gabriel, ¿realmente pensaste que al desaparecer jamás me enteraría? – preguntó observando que en ese momento eran las lágrimas de otro rostro las que brotaban serenas…    

lunes, 14 de marzo de 2011

Un pecado inesperado

-         Sé que lo que hice es reprochable, pero no me arrepiento – afirmó Andrea con firmeza.
-         ¿Se sorprende?, no lo haga – dijo mientras masajeaba sus rodillas para aliviar el dolor.
-         Debo confesar que debí estar más atenta a las señales, pero desde que lo vi entrar al salón de clases en el Bristish Council, me propuse ser la dueña de su corazón – a pesar de la poca iluminación,  Andrea buscó con insistencia la mirada de la persona al otro lado de la ventanilla.
-         ¿Me ve usted con pesar? – preguntó sorprendida ante esa posibilidad –. No deseo que me compadezca – dijo con una triste mueca entre sus labios.
-         Su timidez con las mujeres no era tal; si la profesora no nos hubiese puesto en el mismo grupo de estudio para aquella exposición, estoy segura de que jamás se hubiera acercado a mí – algo le impidió concluir la frase, y con sus ojos entrecerrados observó cómo al otro lado negaban con la cabeza.
-         ¡No, no me diga nada, estoy segura de que hubiera sido así! Desde el principio me evitaba, incluso más que a las demás, pero claro, mi terquedad y ese estúpido sentimiento nublaron lo que era evidente, y me han condenado – afirmó sonriendo con amargura.
-         ¿Por qué no me dijo la verdad desde el comienzo? – preguntó alzando la voz – ¿por qué dejó que las cosas avanzarán tanto? – volvió a preguntar con un tono de reproche mientras golpeaba con su puño la pequeña tabla donde apoyaba sus brazos.
-         ¡No, no quiero escucharlo, y deje de mirarme así! – dijo girando a un lado su rostro –. Eso no calmará mi rabia. 
-         Si hubiese sido sólo eso… pero desaparecer como si se lo hubiese tragado la tierra después de… ¡no puedo perdonarlo! – afirmó y al recordarlo no pudo evitar cerrar sus puños con fuerza.
-         Tuve que robar información, fingir interés por… otros – dijo presionando sus labios ante lo repugnante del recuerdo que se agolpaba en su memoria – en fin, todo lo necesario para dar con su paradero – explicó mientras del otro lado las palabras permanecían ausentes.
-         ¡Sí!, como lo oye, ¿se horroriza? – le preguntó.
-         ¡Deje de negar con la cabeza y no se atreva a defenderlo! – dijo golpeando de nuevo la tabla frente a ella.
-         Usted no tiene idea… cuando logré ubicarlo, fui a su encuentro y lo que vi me sumió en la amargura. Si hubiese sido otra mujer la responsable de su desaparición, de su engaño, hubiera podido lidiar con ello, pero esto… me supera, no sé cómo manejarlo – Andrea bajó su mirada al sentir que un par de lágrimas se precipitaban por sus mejillas.
-         En ese momento no tuve fuerzas para confrontarlo – continúo –, pero regresé. No recuperaría la paz hasta desenmascararlo, era necesario que supiese que yo sabía quién era, que esa verdad había arruinado mi vida, y que buscaría la manera de que pagara por ello – afirmó con dureza.

-         No abra los ojos de esa manera Padre, que aún no he decidido cómo… – dijo ante lo cual hubo una larga y tensa pausa. Aún en silencio, Andrea secó sus lágrimas y miró a través de la ventanilla del confesionario inquieta.
-     Gabriel, ¿realmente pensaste que al desaparecer jamás me enteraría? – preguntó observando que en ese momento eran las lágrimas de otro rostro las que brotaban serenas…     
  

miércoles, 20 de octubre de 2010

El protagonista

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     Había llegado la hora. Mis ojos permanecían sobre él. Quería cada movimiento grabado en mi memoria. Tomó su puñal, el cual reposaba sobre la mesa de la esquina, y rodeó el mango con sus dedos hasta enterrar sus uñas en la palma de su mano. Se levantó de su asiento con lentitud. La sonrisa en su rostro, serena, malévola, acompañaba su caminar. No pude evitar sentir lástima por la chica, era joven, de ojos verde esmeralda, cabello negro azabache y cuerpo escultural. Su error, confiar demasiado en extraños. Él se detuvo frente al espejo, detrás del cual me escondía. Su mirada profunda, sus ojos entrecerrados y la mueca en sus labios, me hicieron estremecer. Puse mi mano sobre mi pecho buscando tranquilizar a mi acelerado corazón – es imposible que sepa que estas aquí, ¡recuérdalo! – me dije. Sonrió con sarcasmo y retomó su marcha. Los últimos pasos que lo separaban de la cama donde yacía su víctima los recorrió con la mirada fija en la hoja brillante de su puñal. 

     Llevaba seis meses teniendo este mismo sueño. Siempre veía la misma habitación de hotel, la misma hora en el reloj despertador de la mesita de noche, el mismo agresor, la misma navaja, pero diferentes víctimas. En esta ocasión, él había escogido un arma distinta ¿por qué lo haría? Yo participaba como espectador, por alguna extraña razón, siempre aparecía detrás del espejo para presenciar su ritual.

-    ¡Al fin! – gritó, alzando sus manos hacia el cielo – mi búsqueda ha finalizado – le dijo –. Contigo cerraré mi círculo… - añadió.

     Mis manos permanecían pegadas al cristal del espejo, abiertas como dos abanicos. Posé mi mirada en la chica, estaba hiperventilando. Él se inclinó sobre ella y acercó el puñal a su blanca mejilla. Con cuidado, dejaría su marca en la joven; de esta forma ella siempre lo recordaría. Se montó sobre ella para neutralizar los bruscos movimientos de su cuerpo. Colocó su mano izquierda sobre su frente y con su puñal,  cercenó su garganta con un corte limpio y preciso. Aquello no era lo usual, hasta ahora, él nunca había matado a sus víctimas… El asesino saltó de la cama y caminó hacia mí, dándome la espalda, admirando su obra; a solo unos centímetros del espejo giró, veloz como tornado, me miró y sonrió con sarcasmo.

-    Ahora te toca a ti continuar – dijo.

     Contuve la respiración al entender a quién se dirigía. Comencé a retroceder cuando de pronto, aparecí en mi cuarto, sentado en mi cama, sujetando algo frío entre mis manos. Bajé mi mirada lleno de ansiedad… Al ver su puñal, reí de forma diabólica… ya no volvería a ser el espectador, a partir de ahora, sería el protagonista.